miércoles, 22 de febrero de 2012

TIEMPO DE CUARESMA



La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras». Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios.

Os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María.

Benedicto XVI

martes, 14 de febrero de 2012

VIVIR LA PRESENCIA DE DIOS



Basta con una simple elevación del corazón. Con un simple recuerdo de Dios, un acto de adoración interior… Dios no nos pide grandes cosas: un simple recuerdo de vez en cuando, un acto de adoración, pedirle alguna vez su gracia, ofrecer unas veces nuestros sufrimientos, otras darle gracias. Estas oraciones,  por breves que sean, son muy agradables a Dios.
Cultivemos con fidelidad exquisita el ejercicio de esa presencia y la mirada interior a Dios  dentro de nosotros mismos, que siempre debe realizarse con suavidad, con humildad, con amor…
Debemos convertir nuestro corazón en un templo espiritual para Dios, donde adorarlo sin cesar. Para ello hay que velar para no hacer nada, ni decir nada que pueda desagradarle.
De la revista ORAR

miércoles, 1 de febrero de 2012

DÍA DE LA VIDA CONSAGRADA

2 de febrero 2012


La vida consagrada es una vocación no una carrera, significa una llamada divina; "Dios llama especialmente a algunos fieles a dicho estado, para que gocen de este don peculiar en la vida de la Iglesia y favorezcan su misión salvífica de acuerdo con el fin y el espíritu del instituto". En esta llamada la persona encuentra plenitud en el amor desarrollando sus capacidades, valores talentos, virtudes, en sí toda su integridad; frente a los ojos de Dios que le dice, "con amor eterno te he amado, por eso prolongare mi cariño hacia ti".

El consagrado responde como signo profético, escatológico que atrae a los hombres a la vida cristiana con un corazón grande "Amarás a tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tus fuerzas.". Siempre reflexionando la realidad que le toca vivir. Como dice Fray Carlos Aspiros Costas: "Para mí, la vida consagrada significa algo así como tener los dos pies en la tierra, […] estar bien enraizados en la realidad […] Tenemos los pies en el mundo, pero con horizontes amplios, sin techo alguno por encima de nuestras cabezas, sin muros que aprisionen".

La vocación religiosa
La vocación religiosa es un misterio de amor entre un Dios que llama y un ser humano que le responde libremente y por amor. La vocación es un misterio de elección divina. No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure (Jn 15,16). Antes de haberte formado en el seno materno, te conocía y, antes que nacieses, te tenía consagrado (Jer 1, 5).
La vocación es una llamada y una gracia; está fuera de nuestras posibilidades el inspirarla y hacerla nacer.

La iniciativa es de Dios. Es una constante en las vocaciones bíblicas y lo repite Jesús: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido. Es necesario orar y trabajar, acoger y dar gracias, aún sólo por una vocación, observar y descubrir.

 La vocación es un camino estrechamente unido a la maduración en la fe, en un diálogo con Dios que dura toda la vida. La condición fundamental para que surja, dice el Rector Mayor de la Familia Salesiana, es desarrollar la vida cristiana en todos sus aspectos: verdad, costumbres, oración.

Una fuerte personalización de la fe y una vida interiormente unida a Cristo son indispensables para que maduren propuestas según la palabra del Señor. ¿Recordáis el diálogo del joven rico con Jesús? Pues bien, no basta ser honestos. Se trata de captar dimensiones misteriosas de nuestra existencia.

Cada uno experimenta esta llamada, porque Dios tiene un proyecto para cada persona.

Configuración con Cristo

Se alcanza este fruto por la especial relación con Jesús que a igual que a sus discípulos que les invita no solo a acoger el reino de Dios, sino a poner toda su persona al servicio de esta causa, dejando todo e imitando su vida más de cerca (virgen, pobre, obediente). "Por esto, los miembros de cualquier Instituto, buscando sólo, y sobre todo, a Dios, deben unir la contemplación, por la que se unen a Él con la mente y con el corazón, al amor apostólico, con el que se han de esforzar por asociarse a la obra de la Redención y por extender el Reino de Dios."[35]. 

ORACIÓN DE JUAN PABLO II


Padre Bueno, en Cristo tu Hijo nos revelas tu amor, nos abrazas como a tus hijos y nos ofreces la posibilidad de descubrir, en tu voluntad, los rasgos de nuestro verdadero rostro.

Padre santo, Tú nos llamas a ser santos como Tú eres santo. Te pedimos que nunca falten a tu Iglesia ministros y apóstoles santos que, con la palabra y con los sacramentos, preparen el camino para el encuentro contigo.

Padre misericordioso, da a la Humanidad extraviada, hombres y mujeres, que, con el testimonio de una vida transfigurada, a imagen de tu Hijo, caminen alegremente con todos los demás hermanos y hermanas hacia la patria celestial.

Padre nuestro, con la voz de tu Espíritu Santo, y confiando en la materna intercesión de María, te pedimos ardientemente: manda a tu Iglesia sacerdotes, Religiosos, Religiosas y Consagrados que sean testimonios valientes de tu infinita bondad. ¡Amén!